15-sep. Aprendió sufriendo a obedecer (Hbr 5,7)


La humanidad de Cristo es la humanidad perfecta. Y dentro de esta perfección se encuentran el aprendizaje, el sufrimiento y la obediencia. Porque ha sido Dios quien ha querido encarnarse, y dar así ejemplo, abrir camino, salvar al hombre esclavizado en sí mismo y atrapado en sus criterios. La humanidad perfecta dista mucho del enquilosamiento, de la cerrazón en la que algunos se amparan, también de los primeros puestos.

Desde siempre me ha cautivado este verso breve de la carta a los Hebreos. He descubierto su lectura en el conjunto del capítulo, y en relación a lo inmediatamente anterior. Es propio del hombre, muy muy propio y suyo, huir de la muerte, enemigo destructuro. Y de todo lo que lleve su semilla. Pertenece a su naturaleza, a sus instintos, a su juicio sano. Nadie se abraza a la muerte, quiere siempre la vida, el para siempre de lo eterno. El sufrimiento y la muerte no son lo mismo. Cristo hace camino a través del sufrimiento, allí está la puerta, en la donación absoluta de sí mismo. No es trayecto fácil, a causa del pecado, y despierta en nosotros reticencias, dudas y soledades. En él, lo humano también es levantar los ojos al cielo, dialogar con Dios, abrirse a su presencia, desear alejarse. La muerte, sin embargo, vence siempre al hombre. Es el punto y final de una guerra, no una batalla más. Y Cristo la ha librado por nosotros. Nuestra muerte, enemigo último, ha sido vencida para aquellos que creen y se abrazan al crucificado que será resucitado.

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