26-oct. Sabéis interpretar los signos de la tierra (Lc 12,54)


Mi abuela me enseñó, durante las vacaciones, muchas buenas lecciones de la vida que nunca olvidaré. Incluso más, lo siento, que otros que se han empeñado en corregirme exámenes y en evaluar mis conocimientos. Sin presión, como por ósmosis, íbamos aprendiendo en el estío los signos de la tierra. Llovería si había hormigas en la calle, no pararía de llover hasta que la lluvia no dejase de hacer borbotones en los charcos; no tiene más fuerza el más grande, sino aquel que tiene experiencia y es mañoso; la tierra sedienta no da fruto, es estéril… Y tantas otras cosas. Y por las mañanas rezaba el rosario antes de levantarse de la cama para hacer las tareas de cada día. Y por las noches, antes de descansar, nos decía que nos vería mañana si Dios quería. Y así tantas y tantas cosas del cielo, que podemos ver ya aquí en la tierra. Y mucha caridad, especial con los de fuera. Y mucho amor por los suyos. Lo sabía porque era huérfana. Y mucha capacidad para sufrir, y seguir sufriendo y amando, sin contagiar a otros de sus cosas. Y mucha libertad, en su austeridad de vida, en la dureza del campo. Y muchas cosas del cielo, insisto, que se hacían en los dos meses de verano cosas de lo más ordinarias.

Sabemos interpretar el futuro. ¡Claro que lo sabemos! Y lo sabe casi cualquiera, y se escucha por la calle. Así no vamos a ningún sitio. Parece que nos han puesto un juicio universal a todos, para meternos en una crisis de la que no sabemos cómo saldremos. Si sabemos interpretar esas cosas, y lo sabe cualquiera, y conoce los motivos cualquiera, ¿por qué no convertimos nuestro corazón de una vez para entrar en el Reino? Y todo el mundo sabe mucho del futuro, por ejemplo, que no es para siempre, y que le gustaría llegar a la ancianiad, si puede, habiendo disfrutado y vivido aportando algo al mundo. Y todo el mundo sabe que la vida del hombre, aunque efímera y pasajera, se apega mucho al amor, a la confianza; que al final no queda «algo», sino «alguien», y que nos hemos hecho o buenos o malos, y no hay medias tintas ni consuelos fáciles. Y así, tantas y tantas cosas que sabemos. Y si las sabemos. ¿Qué estamos haciendo?

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