Qué difícil es leer la Palabra en primera persona, sin justificarse a uno mismo, y aceptar por tanto su corrección sin más como una prueba más de su amor. Hoy, hablando de correcciones, este capítulo tercero del Apocalipsis no se ahorra detalles: eres tibio, te crees lo que no eres, no he encontrado en ti obras perfectas, te cubres y proteges en tu vergüenza… ¡Qué difícil es comprender la corrección como prueba del amor de Dios cuando nos sabemos débiles y buscamos cobijo!
Quien llama la atención, quien se preocupa, quien busca nuestro bien es quien verdaderamente nos ama. Y lo sabemos. Quien pasa a nuestro lado indiferente, sin decirnos nada, sin llamar nuestra atención, sin mostrar la verdad de lo que ve, nos deja tal y como estamos. Quien se acerca a corregir se juega y apuesta más de lo que creemos en la relación, y sin embargo arriesga lo suyo por salvar y velar por lo nuestro. Porque bien sabemos lo soberbio que es el corazón del hombre, que en seguida se engríe y enfada, sin aceptar fácilmente lo que otros tengan que decirle, sin respetar esa diferencia. Porque bien sabemos, en nosotros mismos, que aquello que se pone sobre la mesa ya no puede volver a esconderse debajo del tapete, y que lo que humilla al hombre no es plato de buen gusto para nadie. Sin embargo, son muchos lo que pasan a nuestro lado, piénsalo, sin decirnos ni una sola palabra, sin mostrar ni un ápice de compasión ni de interés por mejorar nuestra vida. Aunque Dios no es así, ni de lejos. Él mismo se pone y propone como valedor, e invita a vivir aquello en lo que él mismo nos adelanta.